Kilómetro ciento veintidós, todo está en calma. La carretera serpentea por la ladera del monte, tintado de ocre por el sol que, poco a poco, se va despidiendo. Me encanta la sensación que me produce conducir sin tráfico, sin ruido, rumbo a disfrutar del preciado descanso, acompañado de Lidia, la mujer a la que amo.
Nos dirigimos a una pequeña casa en un pueblo perdido que, aunque no ofrece muchos servicios, goza de una intimidad desconocida para los que vivimos ciudades. Como se suele decir, los detalles marcan la diferencia. En ocasiones no valoramos los regalos que la naturaleza nos ha dado. La sensación de la brisa recorriendo mi cuerpo desnudo o el calor de un beso mientras nos acurrucamos en el porche, no pueden compararse con el mundo artificial que nos hemos creado.
A eso de las nueve de la noche llegamos a la casa. Tras instalarnos y cenar algo, salimos a tomar un poco el aire. La temperatura era ideal, paseamos durante un rato disfrutando del aire limpio y el suave susurro del viento al acariciar las hojas de los árboles. Noté que Lidia estaba muy relajada, su aspecto era diferente, estaba radiante. En un momento vino una ligera brisa y ella se paró y cerró los ojos. La imagen era espectacular, no me pude resistir, me acerque y la besé con ternura. Ella me abrazó y me devolvió el beso, me miró de forma pícara y salió corriendo. Estuvimos jugueteando hasta llegar a casa, y en lugar de entrar directamente la llevé al jardín de detrás. Seguimos jugando, y poco a poco nuestro instinto fue tomando un papel más importante.
Lo que en principio eran solo besos y caricias, se fue convirtiendo gradualmente en intenciones sexuales. La cogí por la cintura desde su espalda y comencé a besarla y lamerla, desde la nuca hasta de tras de las orejas, lentamente, mientras mis manos iban recorriendo su cuerpo. Desde los costados hasta sus pechos, acariciando y masajeando cada centímetro por el que pasaba, y poco a poco bajando hacia su pubis. Al llegar allí, me paré en su hermoso Monte de Venus, lo acaricié de la forma más sensual que supe, teniendo, de vez en cuando, algún roce con sus ingles, evitando en todo momento llegar a su sexo, a pesar de que me lo pedía una y otra vez con el movimiento casi espasmódico de su cadera. Mientras tanto ella, me sujetaba con fuerza la cabeza acariciándome el pelo. Nuestra respiración se fue acelerando deprisa. Un par de gemidos leves hicieron que me excitara aun más, con lo que di un paso más. Le di la vuelta y comencé a desvestirla, sin prisa, disfrutando de la sensación de ir descubriendo su precioso cuerpo, como un niño abriendo su regalo.
Al desvestirla pude ver la imagen más increíble jamás vista. Con la luna como único foco y rodeada de oscuridad, podía distinguirse su silueta. Era como una escultura de caoba perfilada por una delgada línea de plata. No pude contenerme más. Me desvestí y nos tumbamos en la hierba. Sin muchos más preámbulos empezamos a hacer el amor. Lidia estaba tremendamente excitada, a pesar de que por la postura, parecía que yo iba a marcar el ritmo, a cada inicio de penetración por mi parte, seguía un movimiento casi frenético de su cintura. Notaba como a cada minuto que pasaba perdíamos más y más el control, su vagina envolvía y atrapaba mi pene con fuerza, sentía cada uno de sus latidos, su calor, cómo me impregnaba de su miel. En un momento la expresión de su cara cambió, de cara de placer pasó a una expresión de agonía incontrolada, aceleré el ritmo y comenzó a tener un orgasmo. Sus brazos se tensaron y sus manos agarraron fuertemente mi pecho, su espalda se arqueó violentamente y, cerró y estiró las piernas. Esto junto con la enorme presión que ejercía con la vagina hizo que me corriera, quedando tendidos casi inconscientes en el jardín.
Tras unos minutos, de estar abrazados, nos levantamos y nos metimos en casa. Nos dimos un baño caliente y mientras yo fui al pequeño salón a encender la chimenea, ella se quedó en la habitación. Desde allí me dijo que me había preparado una sorpresa, pero que me había anticipado un poco. Yo seguí a lo mío intentando encender la chimenea, más por dar ambiente que por frío. Al conseguirlo, me giré y me di cuenta de que no estaba solo. Me acompañaba mi sorpresa.
Lidia iba vestida con conjunto de lencería maravilloso: un sujetador que realzaba su turgente pecho, un ligero que sujetaba unas medías negras a juego con un tanga abierto y un pequeño bolso. Se me acercó y me juró que iba a disfrutar como nunca antes lo había hecho.
La noté un poco tensa, cosa extraña dada la noche que llevábamos. Me hizo sentarme junto a ella y me dijo que quería que probase algo distinto y que confiara en ella. Abrió el bolso y sacó un juguete en forma de T y un botecito de lubricante. Me explicó cómo funcionaba un Aneros masajeando la próstata y todo lo referente al punto P masculino. Aunque al principio la idea me resultó extraña, tras un minuto acepté sin miramientos agradeciéndole a Lidia su esfuerzo. Me puse en sus manos.
Primero me desnudó sensualmente, moviéndose despacio y dejándome ver sus armas con la provocativa lencería. Una vez así, se arrodilló y empezó a hacerme una felación, suave, sin prisas. A la vez con una de sus manos jugaba con mi pecho y abdomen, era una sensación muy agradable. Aun así, yo estaba un poco tenso por saber lo que venía y ella lo sabía. Me hizo girarme en el sofá para acabar a cuatro patas con la cabeza apoyada en el reposabrazos y cambió de táctica: se embadurnó las manos con lubricante y mientras con una mano me retraía el prepucio, con la otra recorría todo el pene desde la base hasta el glande, girando un poco la muñeca, como si me estuviese ordeñando. Era un placer increíble. Poco a poco empezó a jugar con mi ano, primero haciendo fugaces pasadas con dedo y luego haciendo pequeños círculos. No podía creerme lo que me estaba gustando. Tras unos minutos empezó a introducir el dedo, despacio y en sucesivas pasadas, mientras yo me relajaba para facilitar la penetración. De pronto llegó a un punto en el que todo el cuerpo se me revolucionó, sin poder evitar emitir un gemido reprimido durante bastante tiempo. Tuve la que creo fue la erección más fuerte de mi vida. Sacó el dedo y empezó a jugar con el Aneros. Una vez metido, empezó a funcionar: a medida que me tocaba la próstata, contraía sin querer el esfínter lo que hacía que volviera a golpear a la próstata. Era un círculo vicioso que me llevaba a perder el control. No podía controlar los movimientos de mi cuerpo. Ella siguió aumentado la intensidad de la masturbación, hasta que no aguante y eyaculé, pero de una forma totalmente distinta, era un solo espasmo larguísimo y el semen no paraba de gotear. Gritaba de placer, me temblaba cada músculo del cuerpo. Acabé exhausto.
Tras unos minutos de recuperación, Lidia me abrazó y me quedé dormido en sus brazos, tranquilo, feliz, relajado… Fue el inicio de unas vacaciones y de una nueva vida sexual.
8 comentarios:
muy buen final linguo!
jodo...
me parece estupendo la experiencia que viviste, pues a disfrutar.
Me ha encantado!!
Hombre, no es que esté mal el relato en si, pero lo de los votos... no se o tienes muchos amigos o utilizas algún truquejo, aunque tambien me puedo equivocar, hay gustos para todo, a mi personalmente no me parece uno de los mejores aunque no esta mal.
Estoy deacuerdo con "un adicto a lo verde".... me parece que han "reventado" la votación, no es en desmedro del relato... pero hay otros mejores y (puede que me equivoque) pero esto me parece trampa. Ah, y creo que si hay una forma de hacerlo, porque un par de veces, luego de usar el CCleaner podía volver a votar en las encuestas regulares... y me imagino que funcionaría lo mismo para los relatos (aunque no lo he comprobado)
Tranquil@s... que no cunda el pánico...
Es el primer concurso que organizo, y no pensé muy bien en el método de votación... Aunque para que unas votaciones sean legales en internet... qué alguien me diga la forma!
Tranquil@s porque tendré mucho más en cuenta los comentarios de los lectores. Así que las votaciones no significarán que el ganador sea el que más tenga.
jo, qué bien te lo pasas...